en mi primera
casa de la infancia
(la que llego
a recordar/
la que más
duele)
nos aturdía
toda la parte buena de la tarde
el ruido
histérico del motor de agua
la chapa
agujereada del techo
nos dejaba
bien definida
su
incompatibilidad fáctica
con el
exabrupto enardecido de diciembre
sólo cuando el
tanque rebalsaba
y un milagro
nos devolvía
la efectividad servicial
de la bomba
el cuerpo y
toda su imperfección orgánica
dejaban de
pesarnos
hay piezas
perdidas
de esta
historia
que siguen
suplantándose
con ruidos de
histerias
con mayores
volúmenes de aturdimiento