marzo 31, 2020

LAS COSAS PERSISTEN BAJO LA HUMILLACIÓN DE LA LUZ


Lo mejor será escoger el camino de Galta, recorrerlo de nuevo (inventarlo a medida que lo recorro) y sin darme cuenta, casi insensiblemente, ir hasta el fin – sin preocuparme por saber qué quiere decir «ir hasta el fin» ni qué es lo que yo he querido decir al escribir esa frase. Cuando caminaba por el sendero de Galta (…) no me hacía preguntas: caminaba, nada más caminaba, sin rumbo fijo. Iba al encuentro… ¿de qué iba al encuentro? Entonces no lo sabía y no lo sé ahora. Tal vez por eso escribí «ir hasta el fin»: para saberlo, para saber qué hay detrás del fin. Una trampa verbal; después del fin no hay nada, pues si algo hubiese el fin no sería fin. Y, no obstante, siempre caminamos al encuentro de…, aunque sepamos que nada ni nadie nos aguarda. Andamos sin dirección fija pero con un fin (¿cuál?) y para llegar al fin. Búsqueda del fin, terror ante el fin: el haz y el envés del mismo acto. Sin ese fin que nos elude constantemente ni caminaríamos ni habría caminos.

Hay un polvillo en el aire, una sustancia impalpable que irrita y marea. Las cosas parecen más quietas bajo esta luz sin peso y que, sin embargo, agobia. Tal vez la palabra no es quietud sino persistencia: las cosas persisten bajo la humillación de la luz.


(...) frases que son lianas que son manchas de humedad que son sombras proyectadas por el fuego en una habitación no descrita que son la masa oscura de la arboleda de las hayas y los álamos azotada por el viento a unos trescientos metros de mi ventana que son demostraciones de luz y de sombra a propósito de una realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el tiempo en una alegoría de sí mismo nos imparte lecciones de sabiduría tan pronto formuladas como destruidas por el más ligero parpadeo de la luz o de la sombra que no son sino el tiempo en sus encarnaciones y des encarnaciones que son frases que escribo en este papel y que conforme las leo desaparecen:

no son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora, mientras escribo o mientras leo lo que escribo:

no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso de lo visto y de la vista – pero no son lo invisible: son el residuo no dicho,

no son el otro lado de la realidad, sino el otro lado del lenguaje, lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado porque es lo contrario del nombre:

lo no dicho no es esto o aquello que callamos, tampoco es ni esto ni aquello: no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir que lo veo, una congregación insustancial pero real de vibraciones y sonidos y sentidos que al combinarse dibujan una configuración de una presencia verde-bronceada-negra-leñosa-hojosa-sonoro-silenciosa; (…)

el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol: es la sensación de una percepción de árbol que se disipa en el momento mismo de la percepción de la sensación de árbol;

los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos o, si lo sabíamos, lo habíamos olvidado, es que las sensaciones son percepciones de sensaciones que se disipan, sensaciones que se disipan al ser percepciones, pues si no fuesen percepciones ¿cómo sabríamos que son sensaciones?;

sensaciones que no son percepciones no son sensaciones, percepciones que no son nombres ¿qué son?

(…) todo está hueco; todo está lleno hasta los bordes, todo es real, todas esas realidades inventadas y todas esas invenciones tan reales, todos y todas, están llenos de sí, hinchados de su propia realidad;

y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan, ya no están huecos, los nombres son plétoras, son dadores, están henchidos de sangre, leche, semen, savia, están henchidos de minutos, horas, siglos, grávidos de sentidos y significados y señales(...), los nombres les chupan los tuétanos a las cosas, las cosas se mueren sobre esta página pero los nombres medran y se multiplican, las cosas se mueren para que vivan los nombres;

 

(…) las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones, etcétera, que se encienden y apagan aquí, frente a mis ojos, el residuo verbal:

lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas, percibidas y disipadas, única realidad que dejan esas realidades evaporadas y que, aunque no sea sino una combinación de signos, no es menos real que ellas:

los signos no son las presencias pero configuran otra presencia, las frases se alinean una tras otra sobre la página y al desplegarse abren un camino hacia un fin provisionalmente definitivo,

las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración de la abolición de la presencia,

sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones de los signos buscasen su abolición para que aparezcan aquellos árboles inaccesibles, inmersos en sí mismos, no dichos, que están más allá del final de esta frase,

en el otro lado, allá donde unos ojos leen esto que escribo y, al leerlo, lo disipan

  

Octavio Paz. El mono gramático (1974), fragmentos.


marzo 29, 2020

★NO SALGAS DE CASA


Esta ciudad nos persigue.

Nos paraliza.

Somos, sin saberlo,

gajos de otros cuerpos,

apenas escombros.


Mar Alzamora Rivera (Panamá, 1981)


no salgas de casa

es preciso

recrudecer las medidas

de prevención

 

demoremos toda señal de dinamismo

que sea otra vez la indiferencia

tu principal método

de comunicación

que sea otra vez mi cuerpo apenas únicamente

apenas

un desgajamiento del tuyo

permanezcamos atentas

a lo permeable pero también

a lo trágico

¿qué es eso que sale

como arrancado de una pintura rupestre

de debajo de los escombros?

¿sería prudente señalarlo como un doble

revolviendo desolado mi misma imagen adentro

de una narcosis involuntaria?

 

lo último que quiere esta ciudad

es perseguirnos

le repulsa la sola idea

de contenernos

 

no salgas de casa

no preguntes

no asomes tu humanidad al mundo

no paralices ninguna de las formas

de entrar en espejismos

no preguntes no vuelvas

sin haber conseguido la respuesta es preciso

recrudecer las medidas

de prevención


ANDRUETTO


«No sabemos decir qué es poesía, pero cuando algo de ella ha sido capturado y por eso mismo nos captura, podemos reconocerla (…). La poesía es lenguaje cargado de posibilidades, pero ¿en qué consiste esa carga?, ¿qué le da al poema su fuerza, su durabilidad, su alejamiento en la memoria? Sabemos que reside justamente ahí, en su capacidad de quedarse en nosotros, su triunfo sobre el caos, sobre la banalidad del mundo y de las cosas, su resistencia al paso del tiempo, su victoria ante lo efímero y lo fugaz. La intensidad hace a la poesía y nos permite diferenciarla de todos los otros modos de la palabra. En el poema, las palabras – más que en ninguna otra forma de lo oral o de lo escrito – dejan de ser funcionales a la construcción de la historia, se «olvidan» de ser útiles, se ponen a hacer «otra cosa», como hacen «otra cosa» los gestos en el teatro o los sonidos en la música. Se genera así una fuerza mucho más potente que la suma de elementos que constituyen el poema, alcanzando un resultado que aprovecha de un modo misterioso las cualidades de cada una de las partes. Cada buen poema es, entonces, un pequeño triunfo sobre el caos y también sobre lo plano, lo literal, lo cerrado, lo puramente racional y lo unívoco. (…)

No hay «verso libre», si por libre entendemos la despreocupación o el olvido de la forma. Cualquiera de los buenos poemas escritos en lo que llamamos verso libre está tan lleno de reglas internas, de sofisticados mecanismos de equilibrio, ruptura, forzamiento y digresión, como el verso medido, aunque es verdad que en este último caso esas leyes son generales, pre establecidas, construidas a lo largo de los siglos, y en el primero se trata de leyes auto impuestas o mejor aún descubiertas en el propio camino de la escritura. ¿De qué se libera el verso libre?, ¿Cómo funciona la libertad en el arte?, ¿Con qué instrumentos se despliega?, ¿Cuánta importancia tienen en la aparición de lo propio, lo particular y lo «libre», la obstrucción, el límite, las leyes y los condicionamientos? (…)

Todos hemos visto alguna vez cómo moría el esbozo de un poema en nuestra manos, por falta de escucha, por desatención, por exceso de corrección, por exceso de racionalidad, por falta de amor a lo que nace, sobre todo. Para que la energía del poema no se pierda, para que eso que habita todavía en el lenguaje y están fácilmente corrompible, pueda ser apresado sin asfixia, el poeta avanza por una cueva oscura encendiendo fósforos que el viento apaga (…), concentra, condensa, desnuda, depura (…). No importan los detalles si el conjunto captura algo vivo en las palabras. El lenguaje es un organismo que rápidamente se corrompe, que muere y se regenera todo el tiempo. Más temprano que tarde las frases dejan de apresar lo que palpita – es asombrosa la velocidad con que lo vivo deviene en frase hecha, en palabra muerta, en clisé – y entonces la escritura es esa búsqueda de lo que aún permanece, lo que aún tiene poder para ligar a los seres y las cosas, para ligarnos a nosotros con las palabras, los seres y las cosas.

«Libre» o no, la poesía siempre es ritmo y es música y es tono y es medida. Medidas generales o particulares de ese poema, medidas heredadas en el curso de los siglos o medidas auto impuestas en el curso de escritura. Esa sensación que da leer ciertos poemas y sentir que en ellos la lengua que es única/propia de ese poema y es al mismo tiempo la lengua de todos, se remansa o se violenta o se enrosca o se estremece y con ello nos remansa, nos estremece, nos violenta, nos enrosca… Así, la intensidad del poema se define entonces por el vigor con que el habla se impone a la lengua que es oficial y que está muerta o agoniza en su obediencia, en su rigidez, en su previsibilidad. El vigor con que nos incomoda, se desacata y se desadapta logra imponerse sobre lo que se adapta, acata y se acomoda y de ese modo se vicia y se vacía.

 

María Teresa Andruetto, «Libertad Condicional», 2010.

marzo 21, 2020

★SÁFICA ONLINE MODO EXCÁLIBUR


dos mujeres de la mano en una aldea post neolítica de kalat

con un vértigo animal la noticia

se vuelve viral

 

en el debate la mitad de los oradores fundamenta su verdad contraviniendo

la posición oficial pero sorteando

con aferrada perversión

la voluntad de las implicadas

 

dos mujeres de la mano en una aldea post neolítica de kalat

sobre los bordes pulimentados de la mesa redonda apoyan su sentencia

los mejores disertantes abren paso

a la leyenda

 

dos mujeres de la mano en una aldea post neolítica de kalat no conocen

los efectos ordinarios del deseo no dominan

ninguna de sus secuelas

aparecen en fotos sacadas desde un satélite

descalzas y sin velo

 

dos mujeres de la mano en una aldea post neolítica de kalat

no se besan ni se tocan pero sus manos

son la espada inverosímil empoderada mágica

clavada en la piedra


marzo 17, 2020

LOS #100 DE OLGA


Vuelvo a subir este [por capricho pero también por encantamiento, obvio]; feliz cumpleaños!

PD: no dejen de linkearse ahí en el fondo de este post porque podrían perderse la mejor nota escrita sobre el tema (yo avisé).

 


De algún modo «los antípodas» es un juego más social – no podría decirse que un juego de salón – si se compara con otros, tan solitarios. Nació, sin duda, de una personal interpretación de la ley de gravedad y de la atracción que ejercen entre sí los hemisferios de Magdeburgo, más el agregado fantástico – deducido no sé de qué relato – de un doble que nos espera en otro siglo o en la luna.

Nunca supe bien si este personaje era idéntico, análogo o complementario. Cuando quise pensarlo ya era un hecho: la conducta y el movimiento humanos habían sido engarzados por mí en un teorema indemostrable: «La fuerza de los dobles opuestos nos sostiene». En otras palabras: el habitante que está  en el lugar opuesto de la tierra se sostiene en su lugar y me sostiene gracias a la mutua fuerza de atracción que opera desde nuestros cuerpos y que podría dibujarse en una línea que va desde sus talones a los míos – y viceversa – pasando por el centro de la tierra. Cuando él se desplaza, me desplazo; cuando me arrojo al mar, se arroja o cae al mar; cuando viajamos, viajamos en direcciones contrarias para permanecer en la misma referencia. ¿Se puede pedir un desencuentro más encontrado, una oposición menos opuesta? Nuestros gestos tienen una respuesta simultánea y nuestros actos nos comprometen en una complicidad desmedida (¿cómo podríamos realizar actos distintos con los mismos ademanes?).

 

Olga Orozco; «Juegos a cara y cruz» (frg.), en La oscuridad es otro sol, 1967.


👉 100 AÑOS DE OLGA OROZCO