Idea
Vilariño fue poeta, ensayista, docente, crítica literaria y traductora.
Perteneció al grupo de escritores uruguayos denominado «Generación del 45»,
fenómeno social, político y cultural integrado entre otrxs por el mismo Onetti,
Carlos Maggi, Amanda Berenguer, Ida Vitale y Mario Benedetti. Dicho grupo,
signado desde su origen por el inconformismo, el carácter intimista, la vida
urbana y el ataque a la ingenuidad histórica de su tiempo, marcó un antes y un
después en la identidad intelectual uruguaya contemporánea.
Múltiples
testimonios de amigxs y escritores coetáneos, entrevistas, fragmentos,
dedicatorias, un vasto intercambio epistolar (Onetti se mudó a Buenos Aires y
más tarde a Madrid, exiliado) y otros tantos gestos discursivos, dan cuenta de
un vínculo tan intelectual como idealista, errático por momentos, y atravesado
sobre todas las cosas por una agobiante incertidumbre.
Sabemos
de Idea que era una mujer frágil, en extremo sensible, anímicamente afectada y
estigmatizada por una vida de infortunios, enfermedades (propias y ajenas),
muerte y ausencia. La poesía y la enseñanza fueron su vida. Su padre, el poeta
y militante anarquista Leandro Vilariño (1892-1944), eligió su peculiar nombre,
al igual que el de sus hermanos: Azul, Alma, Poema y Numen.
Sabemos
de Juan Carlos que era un hombre sumamente tímido, ensimismado, con un genio
narrativo sin igual, pero excesivamente nervioso y algo retraído al momento de
pararse ante el micrófono o hacer frente al público. Leía, escribía, comía y
daba reportajes desde su cama.
Se
conocieron imprevisiblemente a finales de 1950, en un bar de Montevideo. Su
relación se tendió sobre la cuerda floja del amor pero también de la distancia,
del silencio, del sarcasmo, de la prórroga y, por supuesto, de la espera. Dice
otro poema de Idea, de 1952: «Estoy aquí / en el mundo / en un lugar del mundo
/ esperando / esperando. / Ven / o no vengas / yo me estoy aquí / esperando.» Casi
cuarenta años después, escribe a Onetti, en una carta a Madrid: «Te escribiré
pronto. Escribas o no escribas. Ven, o no vengas, yo me estoy aquí esperando.
Ya ves que para algo sirven aquellos versos.»
En
1955 Onetti se casó con quien sería, hasta el final de sus días, su gran
compañera y confidente: la violinista argentina Dorotea Murh (o simplemente
«Dolly Murh», como mundialmente se la conoce). La relación entre Idea y Juan
Carlos, sin embargo, jamás terminó. Continuaron escribiéndose (cartas, poemas,
libros enteros) y viéndose – cuando era posible – hasta la muerte de Onetti en
1994. Dolly, que además asistía intelectual y emocionalmente a Onetti durante
la escritura de sus grandes obras, estuvo desde siempre al tanto de este
intenso y turbulento vínculo e incluso – según ha contado años más tarde en
diversas entrevistas – se fue de la casa para dejarlos solos aquella vez que
Idea viajó hasta España para encontrarse con Juan Carlos. «Idea era una poeta
maravillosa. Ella era más intelectual que yo, estaba a la altura de Juan en la
literatura, yo estaba en otra cosa. La relación de ellos era entre ellos,
probablemente fue la relación más apasionada de Juan.», confesó.
Frágiles,
sensibles, excéntricos. Nos soltaron en sus textos un camino de migas con que
seguirlos. Con esa excusa – que no es poco – no dejamos de buscar, aunque sea
por simple juego, a la Idea y al Juan Carlos que en algún momento de finales de
1950 se conocieron, imprevisiblemente, en un bar de Montevideo.