Gracias infinitas al equipo editorial
de Revista EY!, en especial a Romina Fabbri, quien me contactara para participar
en la nota de tapa: “Lográ tu flow” (Diciembre / 2015 / #54). En ella, artistas
de diferentes disciplinas expresamos nuestra opinión acerca del trabajo seminal
del teórico Mihály Csikszentmihályi (USA, 1934), titulado “Fluir: La psicología
de las experiencias óptimas” y en el cual el autor asegura que la felicidad (el
estado anímico que se conoce como tal) es una condición vital que cada individuo
debe preparar y motivar por medio de la creatividad y la concentración.
Por aquí les dejo el link donde pueden
leer la nota completa (págs. 30 a 38).
click en la imagen :)
¡Que lo disfruten y buen miércoles!
Un
zapato en cada pie
Existe un desorden, un caos íntimo, del
que uno no puede – o en ocasiones no
quiere – escaparse nunca. Somos animales de costumbre, resulta evidente,
pero también lo somos de extremos, de hipérboles, melodramas y barroquismos.
El fluir, procurar que algo dentro de
nosotros “fluya”, tiene que ver con ese contrasentido que estamos
permanentemente buscando, poseamos o no alguna habilidad o talento artísticos.
La diferencia es que el artista (quien se declara como tal) utiliza esa
búsqueda como médium para crear aquello que supone único, revelador e imprescindible
para el hombre y su posteridad.
Y
mientras ese fluir tiene lugar, no es la existencia o la identidad del artista
la que queda “suspendida” sino más bien su realidad colectiva, es decir, aquello
que lo identifica como ser social y genérico, para dar paso a una realidad más
exclusiva, más sensible y perceptiva. Y es esa realidad, ese “sub-nivel” privativo
del creador, el que se corresponde con el desorden armónico – a mi entender
vital – que todos llevamos a cuestas.
En lo
que a mi experiencia respecta, la escritura (el poema) es
usualmente el camino de lo insoportable, con algunos intentos de desvíos más o
menos transitables. En cualquier caso, hay que tener siempre a mano otro par de
zapatos, unos que se aguanten bien las piedras. Todo lo que pasa en y por
nuestras vidas tiene algo de poético, aunque apenas podamos reparar en ello. La
poesía lo barre todo y escribir (el acto
de escribir, entendido como ese trance ceremonial -místico al que el
escritor se somete) siempre es, infaliblemente, desordenarse un poco, evocar lo
confuso, revolverse. Algo así como pretender salvar el agua del mundo con fuego
y desenredar el laberinto con más Minotauros. Y esa es, creo, la paradoja misma
de todo proceso creativo.
Hacer tal
o cual texto, tal o cual obra de arte, supone encontrarle a la vida ese
superávit que nos haga más ricos en monstruosidad por dentro y más pobres en
mediocridad por fuera.
