- ¿Oíste?
Incorporada en mi cama, procuré
alcanzar el rostro de Susana a través de la penumbra, porque sospeché que no
quería confesar su miedo.
Durante un minuto permanecimos rígidas,
sin que se volviera a repetir el extraño cuchicheo que parecía provenir del
cuarto contiguo que había pertenecido a la institutriz. El cuchicheo misterioso
–¿una frase meditada en su ternura ya lejana?– acaso procediera de algún
mueble, de alguna puerta mal cerrada, de algún murciélago que hubiese entrado
durante el día.
Permanecí despierta, largo rato, para
ubicar el ruido misterioso en el caso de que se repitiera, pues no era el ruido
en sí lo que más me atemorizaba, sino la incapacidad de explicarlo, de
justificar su procedencia.
A la hora del desayuno después de
comentar nuestro temor inútil, Susana me dijo:
- “No quiero que me preguntes si he
oído algo. Prefiero que me digas: “acaba de abrirse una ventana, alguien camina
en el cuarto de al lado”, pero no me digas “¿oíste?”, porque anoche no escuché
nada sino mucho tiempo después de que me lo preguntaras y no sé si era el mismo
ruido.”
Por esa misma razón, ya en Buenos
Aires, cuando la madre me preguntaba desde su cuarto “¿oíste?”, el mismo miedo
me invadía, porque, de inmediato, comenzaba a sugestionarme, y a fuerza de
pensar en qué pudo haber sido lo que la asustara, llegaba a construir un miedo
idéntico al suyo, aunque inmotivado. Estaba segura de que si me hubiese dicho:
“alguien fuerza un cerrojo, o camina por el jardín”, yo hubiera oído, como
Susana, exactamente lo que indicaba y no un ruido imaginario y misterioso.
Más tarde, cuando quería comunicar un
miedo, comenzaba sin ningún preámbulo, y al preguntárseme si había escuchado
algo anormal, yo contestaba, de inmediato, afirmativamente, pues me parecía que
nada era tan terrible como hallarse sola, de pronto, ante un ruido extraño,
ante uno de esos ruidos que no se repiten, que llegan a través de la noche,
desligados de cualquier costumbre, y que no pueden verificarse porque casi
siempre provienen de miedos distintos e indefinidos.
En Cuadernos de infancia (1937)
👉 NORAH LANGE – MINISTERIO DE CULTURA
👉 WEB OFICIAL DE LANGE & GIRONDO
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Norah Lange (Buenos Aires, 1905–1972).
Novelista y poeta argentina de vanguardia, vinculada a los grupos intelectuales
de los años 20, encabezados por las revistas literarias Martín
Fierro (1924-1927) y Proa (1922-1926). Destacó
por su gran talento narrativo y por su audacia para irrumpir en ámbitos hasta
entonces reservados únicamente a varones. Se le supone un amor juvenil con
Jorge Luis Borges (quien prologó su primer libro, La calle de la tarde,
publicado en 1925) y con Leopoldo Marechal, el cual la inmortalizó en su mítica
obra Adán Buenosayres (1948), como el personaje de Solveig
Amundsen. En 1943 se casó con el también poeta vanguardista Oliverio Girondo,
después de más de diez años de convivencia. Publicó, entre otros, los
libros Los días y las noches (1926), Voz de la vida (1927), El
rumbo de la rosa (1930), 45 días y 30 marineros (1933)
y Cuadernos de infancia (1937). En 1959 recibió el Gran Premio
de Honor, otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).