Detrás del
vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno
encendiendo sus señales,
centelleando a
lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran
ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma
azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña
terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los
sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo
del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin
fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo
más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es
posible encontrar la salida.
Ahora que no
hay nadie,
pienso que las
cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a
todos, tal vez, uno por uno,
hasta el
último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén
reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga
este fuego,
esta sopa de
arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que
por puro acatamiento,
para que cada
sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera
tiempo todavía,
como si atrás
del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
Olga Orozco; en Con esta boca, en este mundo, 1994.