pasamos
nuestra mejor infancia
abriendo
huecos en la cuerina gastada
de los
sillones
dejábamos
mensajes
que sólo podía
leer
(y con mucha
destreza psíquica interpretar)
el más cercano
a la siguiente
perversidad
antes de cada
incursión
cada objeto
interrumpido en la memoria
era obligado
a desertar
anotábamos en
el reverso del papel glasé
sus natalicios
y sus matrículas
(anotábamos)
las maravillas
que en voz alta se nos habían leído
cifradas de un
libro
escrupulosa y
redundantemente maltratado
con nombre de
mujer
a pesar de la
insistencia
nos regalaban
para cada aniversario juegos discontinuos
de palas
baldes y
rastrillos
hay hoyos
todavía incompletos en el patio
de esta casa
ninguno de los
conejos
furiosamente
blancos
que aprendieron
a balbucear
(y con mucha
destreza psíquica a interpretar)
nuestro primer
idioma
quiere
salirnos
al encuentro