«No
hay entonces medida para el tiempo, un año no importa, y diez años son nada;
ser artista significa no calcular ni contar, madurar como el árbol que no apura
sus savias y que confiadamente se mantiene erguido en medio de las tormentas de
la primavera, sin miedo de que después no haya de venir ningún verano. Viene
sin embargo. Pero viene sólo a los pacientes que permanecen como si ante ellos
estuviera la eternidad, tan descuidadamente tranquila y amplia.»
Cartas
a un joven poeta, 1929.
(…) y sin
embargo irse entonces,
arrancando la
mano de la mano,
como
desgarrando de nuevo algo ya sanado,
y marcharse:
¿a dónde? a lo incierto,
lejos, a un
país cálido e inmóvil,
que tras toda
acción, como un decorado,
seguirá
indiferente: jardín o muro;
y marcharse ¿por qué?
de
«La partida del hijo pródigo», Poesía, 2007.