«Te digo: estoy intentando captar la
cuarta dimensión del instante-ya, que de tan fugitivo ya no existe porque se ha
convertido en un nuevo instante-ya que ahora tampoco existe. Quiero apoderarme
del es de la cosa. Esos instantes que transcurren en el aire
que respiro, como fuegos artificiales estallan mudos en el espacio. Quiero
poseer los átomos del tiempo. Y quiero capturar el presente que, por su propia
naturaleza, me está prohibido; el presente se me escapa, la actualidad huye, la
actualidad soy yo siempre en presente. Sólo en el acto del amor – por la nítida
abstracción de estrella de lo que se siente – se capta la incógnita del
instante, que es duramente cristalina y vibra en el aire, y la vida es ese
instante incontable, más grande que el acontecimiento en sí; en el amor el
instante de júbilo impersonal refulge en el aire, gloria extraña del cuerpo,
materia sensibilizada por el escalofrío de los instantes, y lo que se siente es
al mismo tiempo inmaterial y tan objetivo que sucede como fuera del cuerpo,
brillando en lo alto; alegría, la alegría es la materia del tiempo y es por
excelencia el instante. Y en el instante está el es de sí
mismo. Quiero captar mi es.»
Clarice Lispector; Agua Viva,
1973.
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El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.
Emily Dickinson, El viento
comenzó a mecer la hierba, 1839.