No se nace mujer: se llega a serlo.
Ningún destino biológico, psíquico o económico define la imagen que reviste en
el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora
este producto intermedio entre el macho y el castrado, al que suele calificar
de femenino. Sólo la mediación ajena puede convertir a un individuo
en alteridad.
(…)
Entre mujeres, el amor es
contemplación: las caricias no están destinadas a apropiarse de la alteridad,
sino a recrearse lentamente a través de ella; una vez abolida la separación, no
hay ni lucha, ni victoria, ni derrota; en una reciprocidad exacta, cada una es
al mismo tiempo sujeto y objeto, soberana y esclava: la dualidad es
complicidad.
Extraído de El segundo sexo |
Le deuxième sexe; 1949.