Se
habla del sol, de la luna, de las estrellas. ¿Y si no serían [sic] más que prejuicios que nos
obsequiaron al nacer? Prejuicios contra la posibilidad de su no-existencia.
Alejandra
Pizarnik. Diarios. Junio de 1955.
en aquel tiempo
teníamos nicknames
para ocultar las
marcas
que dejaban
nuestros verdaderos nombres
en el grueso de las
gargantas
en la periferia de
las entrepiernas
y demás zonas
erógenas
(en suma
en un lugar
cualquiera del cuerpo que los contenía)
aprendimos a
escribir
fugas de gases / profundidades
/ iluminaciones débiles / y otros desórdenes
menos
representativos
encima de las
letras apretadas
de los folletos de
privados y de gimnasios 24 horas open
con rojo fuerte
redondeábamos los grafemas
correspondientes a
las ciudades del mundo
que soñábamos
conocer
como si sólo esas
letras
tuvieran el valor
nominal suficiente
para
autentificarlas
y aunque tal vez
este problema de
identidad
no nos resulte tan
familiar
como pensábamos
no es motivo para
desestimarlo:
una nación
(toda entera)
puede apilar grupos
selectos de colores y estandartes
modelos de
conjugación verbal y olores gastronómicos propios
sobre sus cantos
elegíacos mejores fundados
sus monumentos y
sus centros históricos
[supe hace poco de un caso así]
en aquel tiempo no
sabíamos cómo decir
leave
the door wide open
en catalán / o en
lengua normanda
respirábamos más de
un oxígeno
pero nos bastaba un
único ángulo
para apreciar el
movimiento casi siempre imperfecto
de cada cuerpo
celeste
que nos parecía
avistar
desde la ventana