sobre la irrealidad casi
continua
a la que con frecuencia
nos arrastran
ciertos lugares comunes
nunca solemos decir nada
cantidades
infinitesimales de inapetencias no carnales
ordinarios padecimientos
no físicos
y otras pasiones
igualmente absurdas
armonizan por fuera de
nosotros mismos
por fuera y por dentro
de todos los otros
[todos los otros:
fenómenos terrenales de tipo imaginario
que miran
desde el orificio exigido de alguna máquina incompleta
desde un orificio cualquiera incompleto
que miran
incompletos]
una bailarina de caja de música
posa siluetas clónicas
encima de la cáscara de
sus propias raíces
mientras desespera
–a ciencia cierta–
cuántos de los ojos que
la controlan
son realmente auténticos
(directa y
obsecuentemente proporcionales
al espesor del líquido
que segregan)
ni cuántas de las manos
que la manipulan
se desplazan en la mitad
perdida de alguna otra urgencia
vuelven a las vocales
cerradas con diéresis
y a otros adornos
fónicos del orden nuevo:
lugares comunes sobre
los que preferimos no hablar
alfileres que el aire
sigue dejando demorados
mientras desesperamos
inflarse es el borde final
acaso
la última bifurcación posible
Inédito.