Hay un candado roto abajo del mar.
Tiene la llave puesta, porque pretende
–como todos nosotros–
disimular su imperfección.
(…)
Una familia de pequeños esciénidos se acomoda
debajo de las algas vecinas. ¿Será para dormir?
¿O acaso las percas marinas no duermen
ni existen?
Los pulmones zumban.
En la orilla, unas primas segundas lloran
y el equipo de rescate pretende
–con sus naranjas chillones de trajes de baño
calmar a la chusma y esconder,
en la parte de atrás de las columnas podridas del muelle,
los gritos de los pájaros y los aplausos
para los niños perdidos.
En Quemar el fuego, 2017.