Es difícil acordarse de todo, ella tenía de quince para dieciséis años, él
si habla mucho de ese tema le viene la gana de ir a verla (…). Es que fueron
muchas noches que pasaron noviando, qué joder, paseaban primero por la plaza,
después todas las casas del pueblo, paseaban, de veras, es cierto que paseaban.
Después se quedaban en el jardín de ella, bien oscuro, bien apretaditos, hasta
que se hacía tarde. Al irse, él se daba vuelta por la calle y miraba la ventana
de ella, estaba como siempre, despidiéndose con la mano, hasta que él doblaba
por la calle de los árboles aquellos bien altos, más altos todavía que él,
bastante más altos que él.
Manuel Puig (1932-1990); fragmento
de Sangre de amor correspondido, 1982.