Ahora no sabe si esto lo ha leído o lo ha escrito él mismo o se lo han
dictado. No sabe si este es un instante vigente o es otra parte confusa del
sueño, que ha dejado asándose en el vapor de la hielera. La incertidumbre lo fatiga,
pero se absuelve. De vez en cuando –se le ocurre– uno tiene disculpado
autodestruirse, ejecutarse los desenlaces por las introducciones, como quien
casca una docena de huevos por las yemas en lugar de por las cáscaras. Y hay
algo de perturbación asistida, además, en eso de usarnos, cada tanto, de garantes
de nuestras propias cegueras.
Ahora no sabe. Cree que puede aborrascarse otra vez de frases verbales o de
apósitos, cree que puede arrinconarse, hacerse carne, que puede fingirse. Ahora
no sabe si la lluvia ha lavado realmente todo lo que ha mojado, o si sólo le ha
enredado un poco más los pelos del pubis a la roña coagulada que nos abraza los
rostros. La incertidumbre lo aburre, pero se absuelve. No anotó bien las
preguntas, pero supone que todavía está a tiempo de maltratarle los signos de
admiración a las respuestas.
Ahora no sabe. No sabe si poner a arder el manojo de gritos que tiene
almidonado en los placares, si amamantarlo, o si arrancarse las extremidades y
taparse la cara con el espejo. Ahora no sabe si ha muerto o si es el párrafo
mismo el que le arruga la mortaja. No sabe si es un alias o si ha nacido sin
nombre. La incertidumbre todavía le estorba, pero sonríe: sabe que no hay nada más
incómodo en el mundo de los vivos que asesinarse a seudónimos y morirse de
palabras.
Inédito,
2014.