Ahora no sabe si esto lo ha leído o lo ha escrito él mismo o se lo
han dictado. No sabe si éste es un instante vigente o es otra parte confusa del
sueño, que ha dejado asándose en el vapor de la hielera. La incertidumbre lo
fatiga pero se absuelve. De vez en cuando - se le ocurre - uno tiene disculpado
autodestruirse, ejecutarse los desenlaces por las introducciones, como quien
casca una docena de huevos por las yemas en lugar de por las cáscaras. Y hay
algo de perturbación asistida, además, en eso de usarnos, cada tanto, de
garantes de nuestras propias cegueras.
Ahora no sabe. Cree que puede aborrascarse otra vez de frases
verbales o de apósitos; cree que puede arrinconarse, hacerse carne, que puede
fingirse. Ahora no sabe si la lluvia ha lavado realmente todo lo que ha mojado,
o si sólo le ha enredado un poco más los pelos del pubis a la roña coagulada
que nos abraza los rostros. La incertidumbre lo aburre pero se absuelve. No
anotó bien las preguntas, pero supone que todavía está a tiempo de maltratarle
los signos de admiración a las respuestas.
Ahora no sabe. No sabe si poner a arder el manojo de gritos
que tiene almidonado en los placares, si amamantarlo, o si arrancarse las
extremidades y taparse la cara con el espejo. Ahora no sabe si ha muerto o si
es el párrafo mismo el que le arruga la mortaja. No sabe si es un alias o si ha
nacido sin nombre. La incertidumbre aún le estorba pero sonríe: sabe que no hay
nada más incómodo en el mundo de los vivos que asesinarse a seudónimos y
morirse de palabras.
De entre
los ruidos ©, 2015.