Cuando
el Yo escribe abre todas las metáforas de los párpados
para
parirse los pensamientos.
Anda
descalzo por la arena resbaladiza del decir,
por
encima de los vidrios indecisos del disimular.
Cuando
el Yo escribe habla con voz pirómana y en ropa de entrecasa.
Se
pone a lloviznar espaldas de multitudes sobre los techos de los espejos;
pone
las gotas de sed a secarse al Sol;
pone
un poco de otro en uno;
pone
algo
entre la muerte y el lado más
biográfico de su existencia.