Siempre termino en ese irme, en ese desplazarme por otros
diálogos, por otros rostros suplentes. Camino en manos descalzas por dientes de
cobra hambrienta; muerdo con ellos lo breve y los tajos abiertos de lo
insuperable. Pero acostumbro engañar cómodamente a la ponzoña, y me prolongo en
carne viva, en ósmosis absurda, en sístole y en diástole.
Siempre me encadeno la poesía en el reborde de la cama. Le
retuerzo las partes íntimas, le volteo las voces, le prendo fuego las puntas -
para que se haga de una vez cosa y deje de gemirme tanto- y le doy todo
lo que tengo, todo lo que miento, todo lo que juzgo. Y
siempre estoy en ese andarme, en ese huir y aparecerme. Siempre me salgo y me
invento. Me voy por otros miedos. Soy poesía. Soy sístole y diástole.