Siempre
termino en ese irme, en ese desplazarme por otros diálogos, por otros rostros
suplentes. Muerdo lo breve y los tajos abiertos de lo insuperable, es cierto.
Pero acostumbro engañar cómodamente a la ponzoña, y me prolongo en carne viva,
en ósmosis absurda, en sístole y en diástole.
Siempre
me encadeno la poesía en el reborde de la cama. Le retuerzo las partes íntimas,
le volteo las voces, le prendo fuego las puntas –para que se haga de una
vez cosa y deje de bramarme tanto– y le doy todo lo que
tengo, todo lo que miento, todo lo que juzgo. Y siempre estoy en ese
andarme, en ese huir y aparecerme. Siempre me salgo y me invento. Me voy por
otros miedos. Soy poesía. Soy sístole y diástole.
Inédito, 2013.