No sea cosa
que nos quedemos descalzos de idiomas:
ensuciémonos
las páginas de escándalos.
No sea cosa
que los perros nos canten el póker desde la puerta del lienzo:
reivindiquémosle
el día
al Rummy
al dominó
asiático
y a la moral
pisoteada del cuatro de copas.
No sea cosa
que nos sigamos pisando los pies en los valses de bodas
que nos
engruden la inocencia a cuentos
que nos
caigamos en algún boquete del cielo
que las ansias
de realeza
y la
roña íntima
nos garúen
grueso,
confisquémosles la grasa a las bisagras
mordámonos las
orillas,
los juncales
secos
y los
autorretratos.
Y pongamos los
puntos a las íes griegas.
No sea cosa
que nos chamusquen Troya
y nos agarre
la hoguera
sin rifa de
los bomberos.
No sea cosa
que nos enferme la furia aturdida del estofado
un viernes
santo
por más que el
ayuno estricto del lunes
por más que el
secuestro empecinado
de los
billetes falsos
por más que
los vértigos y las urgencias,
descosámonos
las pajas de los ojos
tiñámonos los
juicios de rubio suicida
jurémonos
laureles
y alquilemos
balcones.
No sea cosa.