Te hablaba del
jarrón azul de loza,
de un libro
que me habían regalado,
de las Islas Niponas,
de un ahorcado,
te hablaba,
qué se yo, de cualquier cosa.
Me hablabas de
los pampas grass con plumas,
de un pueblo
donde no quedaba gente,
de las vías
cruzadas por un puente,
de la crueldad
de los que matan pumas.
Te hablaba de
una larga cabalgata,
de los baños
de mar, de las alturas,
de alguna
flor, de algunas escrituras,
de un ojo en
un exvoto de hojalata.
Me hablabas de
una fábrica de espejos,
de las calles
más íntimas de Almagro,
de muertes, de
la muerte de Meleagro.
No sé por qué
nos íbamos tan lejos.
Temíamos caer
violentamente
en el silencio
como en un abismo
y nos
mirábamos con laconismo
como armados
guerreros frente a frente.
Y mientras
proseguían los catálogos
de largas,
toscas enumeraciones,
hablábamos con
muchas perfecciones
no sé en qué
aviesos, simultáneos diálogos.
Silvina Ocampo