Hoy
es viernes y hace un frío ciego que nos corta las manos. Los pozos de los
medios de las calles amontonan pantanos que nadie se va a molestar en retirar.
De todo lo que te perdiste, nada es comparable con el estallido de bruma
lacerante que de madrugada se suele levantar. La familia está bien, sí. Todos
los días festejamos un lenguaje nuevo. Somos todxs mucho más etérexs e
inconformistas que antes. Resulta incalculable la cantidad de cosas que se
pueden hacer con el teléfono celular, desde el teléfono celular, por y para el
teléfono celular. Bajo ningún punto de vista admitimos hacer alguna cosa sin el
teléfono celular. Ya no miramos tantas películas, pero sí muchas series, que
vienen a ser películas extendidas que vamos postergando en capítulos y que
aparentamos disfrutar mejor de a pedazos. Postergar, como ya ves, es en esta
era nuestra mayor degeneración. La familia está bien, sí. Ya nadie colecciona
figuritas ni se juega más al chinchón. Rara vez conversamos mientras
desayunamos. Hay una forma «definitiva» de depilarse y la mayoría de las casas
tienen redes inalámbricas para hacer andar sus artefactos en lugar de cables.
Las compras menos imaginadas se hacen por medio de computadoras. Adonde antes
estaba la terminal de ómnibus ahora hay shopping. Ganamos a última
Libertadores. Ya te lo conté a esto; a Boca, sí. El programa de Susana se sigue
emitiendo, y el de Mirta, caete de culo, también. Los parques de diversiones no
existen más y no sabés lo viejo que está Darín. La familia está bien, sí. Yo
también. Al final no me convertí en Cheetara ni me volví agente ultra secreta
de la CIA. Escribo. A buena parte de la gente le gusta lo que escribo. Leo
mucho y hablo poco. Huelo los libros nuevos durante por lo menos tres minutos.
Paso las páginas de atrás para adelante. Gasto una buena cantidad de plata en
artículos de librería que después no uso. Detestarías saber que sigo sonándome
los dedos de las manos contra la mesa. Deformaciones futuras, dirías. Y
conociéndote, agregarías la moda locutiva «ATR» al final de todo. Anoche soñé
que algo se prendía fuego. Enseguida lo busqué en Google para agregarle algún
significado terrenal posible. No podrías entender lo que es Google pero lo
amarías. Perdí el reloj pulsera que me regalaste para mis quince. No sabría
dónde buscarlo porque me mudé infinitas veces. Sigo viviendo en edificios y
duermo con dos bolsas de agua caliente. Por suerte todavía existen y sabés bien
que me dan miedo las frazadas eléctricas, las cuales seguramente ya me hubieras
comprado en alguna oferta. Desde que vivo en esta ciudad me dejaron de doler
los ojos pero conocí sobradamente de cerca algunos otros dolores. Me equivoqué.
Muchas veces, en muchas cosas. Perdoné, me perdonaron. Encontré el amor y el
amor, en una vuelta rara que vino a dar, me encontró también. Te enamorarías de
mis gatos y verías con buenos ojos el hecho de que me haya encariñado tanto con
un perro. Siempre tengo una montaña de planes. Conocí Europa y ahora quiero
volver para quedarme a vivir. Lo que imaginábamos. Hice buenxs amigxs.
Permanezco bastante cerca de lxs que me quieren. Otrxs se fueron, no se
quisieron quedar. No dejé de creer. Todavía creo, aunque me cuesta darme cuenta
exactamente en qué. Hoy es viernes y hace un frío ciego que nos corta las
manos. La familia está bien, sí. En uno de los almohadones amontonados del
living hay una mancha de café que nunca limpié. Desde hace cuatro días llevo
puesto el mismo sweater y no sé qué hacer con la mitad vacía de este día. Por
otra parte, esta es la foto nuestra que mejor nos representa, decime si no.
Icónicas. Voy a dejar todos los temas más enredados y escrupulosos sin tocar
para la próxima vez que nos invoquemos. Contame entonces vos algo. De qué
colores tiene pintados los azulejos el cielo, cómo es la vida realmente cuando
deja de estar viva, qué vas a hacer hoy a la tarde y cuántas veces tuviste que
golpearles la pared a lxs vecinxs esta mañana para que hablaran más bajo.