Escribir.
No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo
desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso
o nada. Se puede hablar de un mal del escribir. Hay una locura de escribir que
existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido
a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido. Antes
de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Es
lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera
una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona,
paralelamente a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada
de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro
de perder la vida. Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de
hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena. Escribir
es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos – sólo lo sabemos después
– antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. La escritura:
llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como
nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.
Marguerite
Duras; Escribir (Écrire), 1993.