Hallé un arco y un iris.
Hallé un arco invicto de goles de media cancha y un iris
hormigoneándome el humor vítreo;
un Ella pegado con Klaukol al pubis
y otro engrampado al endocardio.
Hallé un abecedario incompleto de vocales.
Hallé un arco y un iris,
y me dio por enterrar un monumento de la última dinastía Inca y
una planta de cannabis
en las puertas del Galicia y del BBVA.
Hallé a la señora del octavo piso vestida de Geisha diaguita
y a una mariposa daltónica cortando la leña de unos clavos de olor
traídos de Indias.
Hallé los pelos del huevo en un anuncio de headandshoulders
y me dio por encontrarle a todos los pajares las agujas
y a todos los gatos las plumas y las quintas patas.
Hallé las flechas del arco/ del iris/
( montadas en plataformas de taco chino y con la ginebra
destilada licuándosenos en la sangre)
y hallé otra vez a otro malo conocido peor que el bueno que venía
pensando conocer.
¿Dónde pongo lo hallado?
¿Qué hago ahora con su nombre sin su nombre?
Enloquecemos en los embriones de nuestros propios huracanes
meteóricos.
Somos patrones de conducta ilegítima, legitimados de vez en cuando
por el conductismo de turno.
Caminamos a saltos por las baldosas flojas del insomnio que hace
tiempo que venimos llevando adentro.
Somos arcos con los tornillos de los iris flojos,
goles de media cancha (ejecutados siempre desde dentro del área).
Somos soluciones poco transitadas,
peatones no resueltos.
(Fragmento)