a Juan
(Juan Castro. Periodista argentino.
1971-2004)
Dando vueltas por otro
infierno frígido te tropecé.
Ibas juntando vicios,
como un Dante que se
imprime en las caderas los círculos
para enumerar las órbitas
que tienen los caprichos.
La urgencia de nacer te-
los dos sabíamos- te había venido repetida
y te rasgaste en mitades;
fuiste un prójimo
duplicado que compartió las aguas previas
y las tripas externas
de la concepción.
Pero ya andabas solo.
La malas compañías no
habían querido irrumpirte.
No habían querido
seguirte, ni llorarte.
Y existías así tan último
tan ajustado al orbe, tan
kaos.
Ni la corbata ni la
camisa te podían tocar el pecho
porque el vaivén de la
censura,
así como el Zoo rústico y
el mal dormir,
te habían envuelto en
llamas,
y los hedores urbanos que
hacían supurar los aires,
se habían girado el olfato
para atufarse ahora eran
mares sumisos, confitados, y con sabor a fresias.
Con sólo vernos,
-en ese instante todo,
donde el fuego nos iba masticando el fondo,-
entendimos que a nuestros
cuerpos
les iba a faltar siempre
ese rock de radio,
les iba a escasear el
hambre de calma,
y de sexo opuesto,
les iba a insultar la
gula teórica, el cinismo legítimo,
los micrófonos mudos
y las páginas en blanco.
Y entonces me dije
que si alguna vez volvías
del fuego
ibas a ser uno, ibas a
ser brasa tántrica,
la burla clandestina de
los estatutos y los otros sapiens.
Y que, si alguna vez
volteabas,
ibas a ver los espejos,
y nos ibas a
descubrir de nuevo rotos,
harapientos,
unidos y dominados.
De entre los ruidos©, 2015.