Las tardecitas de Buenos Aires
tienen ese qué se yo, ¿viste?
Pero nosotros nunca nos aparecemos
de atrás de un árbol
nos arrastramos en puntitas de pie
hasta una sonrisa
y nos quedamos cuatro minutos conversando con nosotros mismos
y tomando unos mates con nuestros
propios otros.
¿Te reís?
A nosotros también los semáforos nos
dan tres luces celestes.
Se nos suben a caballito por los hombros y gritan nuestros goles en contra
por televisión abierta.
Nos aplauden. Nos hablan en
jeringoso y cantan.
Otra vez nos aplauden.
Los de Vieytes y los de los quimonos con botones
que parecen corbatas gigantes.
Cuando nos ven el medio melón en la
cabeza, salen corriendo.
A nuestros trombones y poemas se los
lleva dos por tres el cartero por error,
desvelamos cuarenta corazones por
minuto
y nunca caminamos por el medio para
no pisarnos las alas.
Todos los astronautas nos tienen miedo
y, cada vez que corremos por las
cornisas,
vienen a buscarnos los vendedores de
globos
para que les pintemos arco iris en
los ojos.
No heredamos padres correntinos
pero sí hermanastras berretinas.
Y no es la única cosa en común que
tenemos:
Piazzolla es nuestro diyéi y, de
cuando en cuando,
encontramos algún Ferrer que nos
haga el verso.
A la mañana… a la mañana nos gusta
hacer lo mismo que a ustedes:
provocar campanarios con la risa,
ponernos pelucas de alondras,
ir al mercado a comprar pan árabe
y barrer la entrada del edificio
vestidos de aire.
Los jueves a la tarde salimos a
robar fruta abrillantada descalzos,
con las banderitas de taxi libre
levantadas en las orejas.
No las regalamos. Son nuestras todo
el tiempo.
Y tampoco nos preocupan el clima y
el horóscopo.
La mayoría de las veces es invierno
y hace un calor bárbaro.
Sabemos que los astros nos mienten,
pero nos sobornan bien sobornados
con chocolate marroc, cheesecake y alfajorcitos de maicena recién horneados.
¿Te reís?
Pero sólo vos nos ves…
¡Somos los acróbatas de tus
pestañas!
¡La especie en extinción de tu
juguete de la infancia!
¡Vamos a subirte a nuestra ilusión
con una, dos, diez, todas
las golondrinas en el motor!
¡Dale! ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!
Quién te dice que no nos encontremos
por ahí a la Luna
medio bailando, medio volando,
medio rodando por Callao,
y nos quedemos así para siempre…
en puntitas de pie,
encima de una sonrisa,
mateando cuatro minutos con nuestros yoes amontonados,
abrazados,
enlazados,
piantaos…
piantaos.
Inédito, 2011.