Un
libro abierto también es la noche.
Estas
palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué.
Algunos
escritores están asustados. Tienen miedo de escribir. Lo que ha ocurrido en mi
caso, quizás haya sido que nunca he tenido miedo de ese miedo. He hecho libros
incomprensibles y han sido leídos. Hay uno que he leído recientemente, que no
había releído desde hace treinta años, y que me parece magnífico. Se titula La
vida tranquila. Lo había olvidado por completo (…).
Ahora
está escrito. Esa clase de derrape quizá –no me gusta esa palabra, muy confusa–
en el que corremos el riesgo de incurrir.
Llorar,
es necesario que eso también suceda.
Aunque
llorar sea inútil creo que, con todo, es necesario llorar. Porque la
desesperación es tangible. Permanece. El recuerdo de la desesperación
permanece. A veces mata.
Escribir.
No
puedo.
Nadie
puede.
Hay
que decirlo: no se puede.
Y se escribe.
En Escribir (Gallimard, 1993)
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Marguerite
Duras (Vietnam, 1914 - París, 1996). Escritora francesa. Las experiencias que
vivió junto a su madre en Indochina, donde residió hasta 1932, le inspiraron la
novela Un dique contra el Pacífico (1950). Durante la Segunda
Guerra Mundial colaboró en París con la Resistencia junto a su esposo, el
también escritor Robert Antelme.
Escribió
obras teatrales y guiones de cine, entre ellos el de la célebre película Hiroshima,
mon amour (1958), dirigida por Alain Resnais.
El
amor, el sexo, la muerte, la infancia y la soledad fueron los grandes temas de
su literatura. En 1971 publicó El amor, que anticipa en ciertos aspectos
su obra más celebrada, El amante (1984), ganadora, entre
otros, del Premio Goncourt.
La
agitada vida de Marguerite se combina con su obra hasta el punto de ser ambas
difícilmente comprensibles por separado.