Vuelvo a compartir esta belleza:
Un
escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido.
Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es
algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es
imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un
libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo
contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las
lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es
la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones
que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor,
anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como
el último hijo, siempre el más amado.
Escribir
a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué
desesperación, no sé su nombre. Escribir junto a lo que precede al escrito es
siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es
volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro.
Marguerite
Duras. Escribir [fragmento] (Barcelona, 1993). Traducción de Ana María
Moix.