¡Lo
vuelvo a compartir!
«¿La
mujer? Es muy sencillo, afirman los aficionados a las fórmulas simples: es una
matriz, un ovario; es una hembra: basta esta palabra para definirla. En boca
del hombre, el epíteto de “hembra” suena como un insulto; sin embargo, no se
avergüenza de su animalidad, se enorgullece, por el contrario, si de él se dice
“¡es un macho!”. El término “hembra” es peyorativo, no porque enraíce a la
mujer en la Naturaleza, sino porque la confina en su sexo; y si este sexo le
parece al hombre despreciable y enemigo hasta en las bestias inocentes, ello se
debe, evidentemente, a la inquieta hostilidad que en él suscita la mujer. Sin
embargo, quiere encontrar en la biología una justificación a ese sentimiento.
La palabra “hembra” conjura en su mente una zarabanda de imágenes: un enorme
óvulo redondo atrapa y castra al ágil espermatozoide; monstruosa y ahíta, la
reina de lo termes impera sobre los machos esclavizados; la mantis religiosa y
la araña, hartas de amor, trituran a su compañero y lo devoran; la perra en celo
corretea por las calles, dejando tras de sí una estela de olores perversos; la
mona se exhibe impúdicamente y se hurta con hipócrita coquetería; y las fieras
más soberbias, la leona, la pantera y la tigra, se tienden servilmente bajo el
abrazo imperial del macho. Inerte, impaciente, ladina, estúpida, insensible,
lúbrica, feroz y humillada, el hombre proyecta en la mujer a todas las hembras
a la vez. Y el hecho es que la mujer es una hembra. Pero si se quiere dejar de
pensar por lugares comunes, dos cuestiones se plantean inmediatamente: ¿Qué
representa la hembra en el reino animal? ¿Qué singular especie de hembra se
realiza en la mujer?»
Simone de Beauvoir. El segundo sexo [Le Deuxième Sexe], frg., 1949.