noviembre 19, 2019

¿SURREALISMO PARA DUMMIES? | PARTE DOS


Para los surrealistas, el interés por lo vital se convierte en una verdadera reacción de defensa contra las formas de vida modernas, deshumanizadas, dominadas por las exigencias de la técnica y por una estructura social que tiende a anular todo lo auténticamente humano. Defienden una concepción sagrada de la vida, en oposición a la sordidez en que está sumida la existencia del hombre actual. Oponen la libertad del mundo anímico vital (término más explícito que el de «irracional») a los esquemas rígidos, estandarizados de la razón. Emprenden su lucha contra una moral absurda, producto de una religión petrificada en dogmas, que tiende a desvalorizar al hombre y lo que hay en él de específicamente humano, en nombre de mitos extrahumanos; de ahí el interés que demostraron muchos de ellos por las religiones orientales, de esencia antropocéntrica, tales como el budismo (especialmente en su corriente más vital: el zen), en oposición a las religiones teocéntricas occidentales, y también por las concepciones ocultistas que aceptan un sentido mágico en las relaciones entre el hombre y el cosmos.

La importancia acordada a la imaginación, al mundo fantástico y al de los sueños, pudo hacer creer que el Surrealismo significaba un modo de evadirse de la vida. Todo lo contrario: el Surrealismo constituye una voluntad de penetración en la vida, de confundirse con ella, de explorar todas sus posibilidades y liberar todas sus potencias. (…)

El Surrealismo es una mística de la revuelta. Revuelta del artista contra la sociedad convencional, su estructura fosilizada y su falso sistema de valores; revuelta contra la condición humana, mezquina y sórdida. El artista resulta así el paladín del hombre en su ardiente protesta contra el mundo; la protesta del hombre sometido a coerciones como el orden natural. El Surrealismo aparece como una sistematización del inconformismo.

Lo que se denomina «espíritu burgués», con todas sus normas y principios inamovibles, es el blanco predilecto de los surrealistas. (…) Esta actitud del Surrealismo, esta crítica agresiva y despiadada a las normas vigentes, tiende a producir una profunda alteración en la escala de valores, tanto en lo ético como en lo cultural, y no hay duda de que ha influido en la actitud del hombre de hoy, en la medida en que los hombres de cualquier época sufren la influencia de la visión del mundo que ofrecen sus artistas. (…)

Lo maravilloso no constituye una negación de la realidad sino la afirmación de la amplitud de lo real, que abarca el mundo visible (aquel que tiene acceso a nuestros sentidos) y el mundo invisible. La poesía sumerge al hombre en ese mundo total – visible e invisible – al cual alude lo maravilloso. Pero la fuente primera de lo maravilloso es la vida misma, y la poesía es, ante todo, expresión de ese asombro de vivir. (…) Pero la poesía tiene todavía una función muy importante que no han descuidado los surrealistas: al descubrir al hombre lo recóndito de su espíritu, al intentar objetivarlo mediante el lenguaje, la poesía no sólo se convierte en mecanismo de liberación sino que resulta método de conocimiento. Como fuente de conocimiento, la poesía se basa en la creencia de que los poderes del espíritu pueden ir más allá del mundo de lo aparente.

El poeta encuentra el punto de conjunción entre el individuo y el universo (…). Este modo de conocer del poeta es no-racional. Los mecanismos esquemáticos que usa la razón conforman un sistema de elementos deformados y convencionales, y constituyen barreras que impiden el acceso a lo más profundo. Ser poeta surrealista consiste en «eliminar el control de la razón», y en abrir la puerta-trampa de este sótano profundo que constituye la morada fundamental del espíritu. Allí descubrimos al hombre en su peculiaridad última y al mismo tiempo en su trascendencia, en su salida, en su contacto directo con el cosmos, en su unidad universal. (…)

El poeta surrealista, como todo artista creador, pone en juego una particular función del espíritu: la imaginación. Recordemos lo que dijo de ella Baudelaire: «Es la más científica de las facultades, porque sólo ella comprende la analogía universal.»

Para esta facultad tienen igual validez los mundos de lo imaginario y lo real, y para ella, ambos mundos se entrecruzan y confunden. Pero el poeta surrealista utiliza la imaginación de un modo particular: para permitirle la mayor amplitud de acción, la total espontaneidad, elimina toda traba racional. Recurre para ello a un procedimiento que le es peculiar, el automatismo, así como a la utilización del material de los sueños, de los estados crepusculares y mediúmnicos, de los estados delirantes. A través de esos mecanismos la imaginación adquiere sus condiciones de instrumento «iluminador». Rimbaud ya había dado su fórmula en Una temporada en el infierno: «El poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos.»

 

Aldo Pellegrini, «La poesía surrealista», en Antología de la poesía surrealista; 1981.