En 1922 comienza a llamar la atención
en Francia un grupo de artistas que se dicen militantes de un nuevo movimiento
al que designan con el nombre de Surrealismo. Estos artistas, en su
mayoría poetas, se agrupaban alrededor de la revista de vanguardia
«Littérature» y fundaron, hacia 1924, la llamada «Révolution Surréaliste»,
realizando simultáneamente un amplio programa de agitación. (…) El Dadaísmo,
por su parte, surgido a raíz de la gran crisis espiritual que promovió la
Guerra Mundial, se elevó como una voz de protesta contra una cultura y un
sistema de valores que conducía a una evidente autodestrucción. Este movimiento
sentó las bases de nuevos principios creadores, de una verdadera estética
revolucionaria, que sería continuada por los surrealistas. En estas nuevas
experiencias estéticas se partía prácticamente de cero: la única norma aceptada
fue la de la libertad total. Se iniciaba así un arte sin cánones. (…)
La preocupación fundamental de los
surrealistas fue siempre el hombre concreto: su necesidad de realizarse y de
conocer, sus deseos, sus sueños, sus pasiones, su mundo anímico profundo, su
afán de trascender, su ansia de autenticidad frente a una sociedad artificial,
regida por normas éticas y sociales absurdas, frente a una sociedad mecanizada
e hipócrita, con valores arbitrarios y falsos.
El Surrealismo es esencialmente
revolucionario y aspira a transformar la vida y la condición del hombre. Al
destacar de tal modo los problemas esenciales del hombre, los surrealistas no
sólo se consideraron fuera de la literatura y del arte, sino que manifestaron
el más abierto desprecio por quienes buscaban en esas actividades el sentido de
la vida.
En la declaración colectiva del 27 de
enero de 1925 figura: 1º «No tenemos nada que ver con la literatura.»,
2º «El Surrealismo es un medio de liberación total del espíritu.». Y
concluye: «El Surrealismo no es una forma poética. Es un grito del espíritu que
se vuelve hacia sí mismo decidido a pulverizar desesperadamente sus trabas.»
(…)
Todo lo que el Surrealismo piensa del arte se resume en su concepción de la omnipotencia de la poesía. La poesía constituye el núcleo vivo de toda manifestación de arte y ella le da su verdadero sentido. Pero la poesía no es para los surrealistas un elemento decorativo, o la búsqueda de una abstracta belleza pura: es el lenguaje del hombre como esencia, es el lenguaje de lo inexpresable en el hombre, es conocimiento al mismo tiempo que manifestación vital, es el verbo en su calidad de sonda lanzada hacia lo profundo del hombre. (…)
La poesía no es explicación de lo que
pasa en el hombre, es parte viviente del hombre que se desprende para hacerse
objetiva y concreta, es algo que trasciende de los límites del hombre como
individuo. A veces, esa vida que se arranca para entregarse como poesía, se
convierte en un verdadero estallido en el que participa – con todos los riesgos
de desintegración – la totalidad del ser; así dieron poesía Artaud, Daumal,
Gilbert-Lecomte, Duprey. (…)
Aldo Pellegrini, «La poesía
surrealista», en Antología de la poesía surrealista; 1981.