marzo 17, 2019

LA FUERZA DE LOS DOBLES OPUESTOS NOS SOSTIENE


De algún modo «los antípodas» es un juego más social – no podría decirse que un juego de salón – si se compara con otros, tan solitarios. Nació, sin duda, de una personal interpretación de la ley de gravedad y de la atracción que ejercen entre sí los hemisferios de Magdeburgo, más el agregado fantástico – deducido no sé de qué relato – de un doble que nos espera en otro siglo o en la luna.

Nunca supe bien si este personaje era idéntico, análogo o complementario. Cuando quise pensarlo ya era un hecho: la conducta y el movimiento humanos habían sido engarzados por mí en un teorema indemostrable: «La fuerza de los dobles opuestos nos sostiene». En otras palabras: el habitante que está  en el lugar opuesto de la tierra se sostiene en su lugar y me sostiene gracias a la mutua fuerza de atracción que opera desde nuestros cuerpos y que podría dibujarse en una línea que va desde sus talones a los míos – y viceversa – pasando por el centro de la tierra. Cuando él se desplaza, me desplazo; cuando me arrojo al mar, se arroja o cae al mar; cuando viajamos, viajamos en direcciones contrarias para permanecer en la misma referencia. ¿Se puede pedir un desencuentro más encontrado, una oposición menos opuesta? Nuestros gestos tienen una respuesta simultánea y nuestros actos nos comprometen en una complicidad desmedida (¿cómo podríamos realizar actos distintos con los mismos ademanes?).

Olga Orozco; «Juegos a cara y cruz» (frg.), en La oscuridad es otro sol, 1967.