El
mundo físico todavía está allí. Es el parapeto del yo el que mira y sobre el
cual ha quedado un pez color ocre rojizo, un pez hecho de aire seco, de una
coagulación de agua que refluye.
Pero
algo sucedió de golpe.
Nació
una arborescencia quebradiza, con reflejos de frentes gastados, y algo como un
ombligo perfecto, pero vago, y que tenía el color de sangre aguada y por
delante era una granada que derramaba también sangre mezclada con agua, que
derramaba sangre cuyas líneas colgaban; y esas líneas, círculos de senos
trazados en la sangre del cerebro.
(…)
Y en los frontones de las columnas, soles habían quedado aprisionados al azar,
soles sostenidos por chorros de aire como si fueran huevos, y mi frente
separaba esas columnas, y el aire en copos y los espejos de soles y las espiras
nacientes, hacia la línea preciosa de los senos, y el hueco del ombligo, y el
vientre que faltaba.
Antonin Artaud (1896-1948).
Poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, director teatral y
actor francés.
Fragmento
de “Texto surrealista”, publicado en La Révolution Surréaliste,
Nº2, 1925.