Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño
atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre
es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio
de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca,
las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de
mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el
hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las
ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de
oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas
magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
El amenazado; en El oro de los tigres, 1972.
Retrato por Beti Alonso