“Algo increíble pasó”, fue lo primero que dije cuando
me enteré de que había sido invitada al XXV Festival Internacional de Poesía de
Cali. “Algo increíble”, como quien quiere expresar lo inverosímil o lo
extremadamente asombroso. “Algo increíble” que pasa siempre muy cerca de lo
imposible o lo fantástico.
Necesité algunas semanas para tomar distancia y poner
en mejor perspectiva todo lo vivido. Y también porque hay algo de verdad en eso
de que hay ciertos capítulos de la vida que necesitan acomodarse y decantar un
poco antes de convertirse en texto.
"Algo increíble": en sentido literal,
"lo que no puede creerse" porque "no puede ocurrir / no puede
producirse / no puede ser". Aunque sí ha sido, aunque sí fue. Allí estuve
para dejarme habitar por una experiencia única e inolvidable (a lo mejor un
poco fantástica también, es cierto) que va a permanecer siempre viva en mi
memoria y, me animo a decir, en la de todxs lxs que la vivimos.
Da la impresión de que estas épocas —ya de por sí
dantescas— parecen propender hacia las cosas rotas, a nada de romperse, o hacia
aquellas que ya se muestran directamente irrecuperables. La invitación a este
festival supuso una especie de revés luminoso, la contraluz de una
incertidumbre empeñada en no rendirse. Bajo ese panorama llegué a Cali, y
llegar a Cali significó adentrarse en un arder de voces, gestos, sensibilidades
y creaciones que todavía escucho a lo lejos y que vuelven a emerger cada vez
que alguien pregunta por los detalles de este viaje.
NOTA COMPLETA 👉 "POESÍA Y FERVOR EN LA SUCURSAL DEL CIELO"
