Una gota de sangre nos endereza el espinazo Nos corroe como si fuéramos de espuma Nos convierte en saliva atravesada En juego opaco con vitrinas espléndidas
Por cucharadas, la
vida obliga en sus angustias Corre la ficha de los huesos bajada al sótano sin
habla A basuras pulcramente anegadas con millones de tilos invisibles
Una sola epidermis
para burlar tanta imprudencia, tanta gratuita llaga ardida, tanto cristal
tumbado en primavera
Las señas deshonestas
del exterminio Los ramos de la encina con su frío, los galgos del destino
amotinados, el corazón que yace en su intemperie, me saben alumbrada
Se entregan a mi
nombre sin nombrarme
María Meleck Vivanco
(1921 – 2010)