Bautizada
como Alfonsina Storni Martignoni, nació el 29 de mayo de 1892 en
Sala Capriasca, un pequeño pueblo de la Suiza italiana. Sus padres, dueños de
la fábrica de cerveza Los Alpes, en la provincia de San Juan,
habían regresado a su país natal en 1891, aunque pasados unos pocos años
decidieron regresar a continuar sus negocios en Argentina.
Fue
escritora, dramaturga, docente y periodista. Madre soltera, feminista, una de
las primeras impulsoras del voto femenino en el país y firme opositora del
modelo de mujer de clase media que pretendía imponerse en los años ’20 (esto
es, la niña protegida en el hogar, educada para el matrimonio, a la que sólo le
preocupaba su apariencia y el «bienestar» de su marido).
Frecuentó
el mundo intelectual de los «años locos» de Buenos Aires, en los que destacaban
los excesos estéticos, las revoluciones, el art decó y los grandes inventos.
Como
poeta, obtuvo reconocimiento tanto nacional como internacional, llegando
incluso a representar a la Argentina en el famoso encuentro «Las tres musas de
América», llevado a cabo junto a la uruguaya Juana de Ibarbourou y la chilena
Gabriela Mistral, en el que las tres mujeres fueron convocadas por el gobierno
de Montevideo para impartir una serie de conferencias.
Sabemos,
sí, que dejó una vasta y multiforme obra. Sabemos también que sus poemarios más
celebrados [La inquietud del rosal (1916), Irremediablemente (1919), Languidez,
(1920), Ocre, (1925), Poemas de amor, (1926) y Mascarilla
y trébol, (1938)], oscilan entre el romanticismo clásico y el intimismo
sintomático del modernismo más crudo.
Como
una pieza trovadoresca, el mito sobre su suicidio se ha transmitido casi sin
variaciones a lo largo de ocho décadas: en la primavera de 1938, poniendo el
preámbulo a un episodio de su vida minuciosamente premeditado, abandonó la
habitación que ocupaba en la pensión de la calle 3 de febrero 2851, en la
ciudad de Mar del Plata, y caminó hasta el muelle del ya desaparecido Club
Argentino de Mujeres. Desde allí se arrojó, a la furia del Atlántico, la
madrugada del 25 de octubre, poniendo el definitivo punto final a los dolores
físicos y emocionales que la perturbaban desde hacía años.
La
carta para su hijo Alejandro, el poema para publicar en el Diario La
Nación – bajo el título «Voy a dormir» – y la nota sobre la mesa
de su habitación, en la que certifica su brutal desenlace («me arrojo al mar»),
fueron sus tres actos escriturales finales, como un gran contrasentido tríptico
que cierra una excelsa obra maestra.
Y
aunque el imaginario siga insistiendo en perpetuar la imagen de esa Alfonsina
doliente y desgraciada, que se quita la vida en la escollera y se inmortaliza,
es importante continuar perseverando en la revelación de su vida y de su obra,
como bien lo explica el historiador Gabriel Di Meglio en el documental Bio.Ar:
Alfonsina Storni: «casi todos recuerdan, de manera emblemática, su trágica
muerte. Pero se trata de una figura que fue bastante más que ese final célebre.
Indagar en los trazos de su historia es también hablar de una época de
desafíos, en que algunas mujeres empezaban a ocupar espacios clausurados, a
decir palabras antes prohibidas, a ensanchar los límites del mundo que los
hombres habían construido para ellas.»
Acá un poema cortito,
como para poner solamente un ejemplo:
¿QUÉ DIRÍA?
¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si en un día fortuito, por ultrafantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mis versos recorriendo las plazas,
Libertado mi gusto de vulgares mordazas?
¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.
De El dulce
daño, 1918.
👉 RÍO DE LA PLATA EN ARENA PÁLIDO (POEMA EN VOZ DE ALFONSINA)
👉 SOBRE
ALFONSINA (VIDA & OBRA)