agosto 29, 2014

★sin título




Falta poco para encontrarme, ya sé. No sé adónde me habré ido pero es cierto que no estoy. Por estas horas, mientras en esta ciudad se duerme y en otras mitades del orbe se lee en búlgaro, aparezco en el medio de una calle, desnuda de zapatos y de cajas mágicas, profanándole las bóvedas a mi propia existencia, sondeándome los pasados perfectos por las páginas en blanco de los diarios íntimos (¿públicos?) de otros usuarios en línea.
Falta poco para que me empiece a quedar muda, ya sé. Muda de voces que me vayan dictando a golpes qué es lo que se debe hacer, lo que se debe creer, lo que se debe dejar de sentir. Muda  de abecedarios y de lengua de señas.
Resultó que en ninguno de esos diarios íntimos/públicos me han puesto. No sé entonces adónde me habrán dejado, en cuál de mis cumpleaños me habré olvidado de pedir los deseos - o habré pensado en aquella secuencia efímera que ya lo tenía todo como para andar desperdiciándolos. No sé en qué papeles no retornables habrán anotado mi nombre (Sí. Yo también tengo uno y también es de tres sílabas).


Ahora es cuando me empieza a parecer que ya no falta tanto ni tan poco como hace nueve decenios, y que puede haber margen de errores en esto de aprehenderse todo lo que el cosmos va dejando caer mientras anda. Tarde o temprano uno se termina interponiendo siempre entre un espejo y otro. A lo mejor hasta se puede llegar a discutir esa ingenuidad con que se avanza, con que se cruza un hombre de vereda como si por ese lado del relato fuera a llover menos. A lo mejor dure este momento lo que duran las tardes en los solsticios. Y lo mejor en eso que me estoy buscando, me llego a alcanzar, me suspendo los cataclismos y me vuelvo a inventar.