a mi madre
A la mañana siguiente me
invitó a madrugarnos muy tarde.
Me pareció que se arrugaba los años para darnos un efecto,
para igualarnos.
Y mientras la furia del
bordó de la cerámica se calentaba las sombras de las pisadas
éramos una niña y una
mujer
(acaso dos niñas o dos mujeres)
aletargadas sobre la
hazaña extraordinaria del vernos
(acaso por primera vez / acaso por última)
Más tarde nos besamos
los espejos / los empeines de las puntas de las manos
y lloramos unas risas
irónicas / a veces místicas / acústicas
(acaso era nuestra forma de acostumbrarnos,
de completarnos esa falta de otra
que nos callaba los ojos y nos mordisqueaba las memorias)
y aunque la primera hora
de la mañana todavía no reclamaba el levantarse
prefirió no acercárseme:
acaso por no resbalarse / por no marcarnos en las infancias otra arruga que excusar
atravesamos un campo
impreciso de palabras / de cosas
de muñecas encerradas en
canastas blancas
en vestidos de raso
anaranjados
–Qué grande estás– dijo
simplemente.
Y se reventó la ausencia
contra mi cuerpo
contra el espesor y la
anchura de nuestras biografías
contra el bordó lustrado
contra el infierno más
alto de mis bitácoras
Inédito, 2013.